Publicado el 29 de enero de 2015 por Lē Isaac Weaver
Esta publicación es la última de la serie de publicaciones inspiradas por la conferencia Gay Christian Network en el 2015 celebrada en Portland, Oregon. La introducción a la serie se encuentra aquí (en Inglés solamente).
Yo siempre he sido de la opinión que si los cristianos que se oponen a nuestra igualdad, entendieran la medida en que nos hieren, ellos dejarían de hacerlo.
Mi argumento es el siguiente:
Los cristianos se han estado aislando de nosotros por tanto tiempo que no tienen manera de saber cuan dañino es lo que hacen. En la cristiandad conservadora o evangélica, lo primero que ocurre cuando alguien se manifiesta (como LGBT) es que los otros cristianos se apartan de nosotros. Restringen el acceso y erigen murallas con reglas e invalidación.
Ya que hemos sido exilados desde el principio, nadie dentro del grupo que nos exiló, sabe lo que pasa después. No estamos cerca de ellos. No ven la agonía en nuestros ojos ni se sientan con nosotros cuando lloramos.
No hay nada dentro de lo que Jesús enseñó que aprueba las conductas hirientes. El Evangelio no nos insta a herirnos los unos a los otros. El Evangelio nos insta a amarnos y darnos vida a nosotros, asi como a nuestros vecinos y al prójimo.
Mi razonamiento es que si los cristianos fuesen realmente seguidores de Jesús, y supiesen que nos están causando dolor, dejarían de hacer lo que están haciendo.
Sin embargo, después de pasar un fin de semana con más de mil cristianos LGBT en la conferencia Gay Christian Network de 2015, y oir historia tras historia de agravio y falta de consideración, estoy lista para admitir que mi explicación previa, de la falta de conocimiento por parte de los cristianos como una excusa por el dolor que han causado, ya no es válida.
Hoy en día, la evidencia de que el juicio de los cristianos y su comportamiento cruel resulta en daño emocional – y algunas veces causa que las personas LGBT se suiciden, como evidenciamos recientemente con el suicidio de Leelah Alcorn, es clara y persuasiva. Solamente es la negación personal e institucional que le permite a la gente pretender que no saben el resultado de sus palabras y acciones perjudiciales.
Con todas las personas LGBT que valerosamente están saliendo en los medios cristianos conservadores, con toda la información gratis disponible en el internet y la prensa escrita y hablada, con nuestro nuevo grupo de educadores y oradores (tanto personas LGBT como sus aliados) que tratan de comunicarse con los cristianos conservadores y evangélicos, sería imposible que alguien ignore como hieren a nuestro grupo.
Estoy convencida que algo que en el pasado fue invisible ahora es visible. Sin embargo, la campaña violenta de palabras y acciones continua.
Talvez aquellos que nos hieren ven nuestro dolor y lo consideran como el precio por nuestro pecado. Quizá esta es la razón por la cual no asumen la responsabilidad por sus actos. Talvez los que nos hieren piensan que tienen un mandato divino para incomodar nuestras vidas. Quizá piensan que si nuestras vidas son cómodas, si nos sentimos integrados, seguros y amados, no tendremos motivación alguna para retornar a lo que ellos determinan que es la manera aceptable de vivir nuestras vidas.
Sin embargo, estas racionalizaciones no cambian el hecho que ellos saben que estamos sufriendo.
Hay padres cristianos que piensan que los gemidos de sus hijos son una indicación de cuan decididos están ellos de combatir el pecado en su niño. Estos padres cristianos ignoran el dolor que ven con sus propios ojos cuando dicen solamente “Como puedo hacerte dejar de pecar.” Nunca diciendo, “Como puedo ayudarte a dejar de doler?”
Ellos saben que su niño está sufriendo.
Existen líderes cristianos que han aprendido que el crear miedo y hacer pronunciamientos indignantes sobre la gente LGBT, nuestra comunidad, y nuestras intenciones (la mentira de la “Agenda Gay” es solo uno de los ejemplos) son instrumentos útiles y productivos para el mercadeo y recaudación de fondos.
Ellos saben que sus acciones causan un gran sufrimiento en las comunidades de fe. Ellos lo saben. Sin embargo, no dan muestra de que les importe.
Herir a las personas LGBT con palabras o acciones no es comportamiento aceptable. No es “libertad religiosa.” No es “libertad de expresión.” Es causarle sufrimiento a las personas.
No me refiero a lo que cree la gente, me refiero a lo que hace la gente. Las personas tienen la libertad de creer lo que quieran. No es correcto herir a un grupo de personas porque uno no esté de acuerdo con ellas o porque uno no apruebe de ellas. No es correcto.
Mientras yo creía de todo corazón que ellos no sabían lo que hacían, yo estaba anuente a compartir. Yo podía explicar pacientemente la importancia de hablar y comportarse de una manera más amorosa. Yo podía decir, “Es mejor errar por el lado del amor.” Yo podía decir, “Pregúnteme lo que quiera.” Yo podía creer que Dios me había llamado para tratar de ayudar a los cristianos a entender que estaban hiriendo profundamente a las personas como yo, y haciéndolo en el nombre de su hijo.
Sin embargo, ya no creo que ellos no saben.
Ellos saben.
Y a mí no me importa qué clase de gimnasia mental no les permite integrar y entender. No importa. Lo que importa es que ellos ven nuestro dolor y no los conmueve. Nos ven sufrir, nos ven rogándoles, como hermanos en la fe, que nos amen y no se conmueven.
Hemos estado proporcionando argumentos bíblicos convincentes por más de 40 años. Hemos estado compartiendo nuestras historias, pidiendo que se termine esta guerra en nuestras almas. Y ellos permanecen inconmovibles.
En una ocasión un experto en la ley se paró para probar a Jesús. “Maestro”, preguntó, “que debo hacer para heredar la vida eterna?”
“Qué está escrito en la Ley?” replicó. “Cómo la lees?”
El respondió, “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente”, y, “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
Y le dijo: “Bien has respondido; haz esto, y vivirás.”
Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”
Y Jesús respondió: “Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote quien, al verlo, se desvió y siguió de largo. Así también llegó a aquel lugar un levita, y al verlo, se desvió y siguió de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él. Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo, le dijo, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva.”
¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?
“El que se compadeció de él” contestó el experto en la ley.
“Anda entonces y haz tú lo mismo” concluyó Jesús.
Lucas 10:25-37 (NIV)
Le doy gracias a Dios por Letha Dawson Scanzoni, Kristyn Komarnicki, Susan y Rob Cottrell, Wendy Gritter, David Gushee, Danny Cortez, y todos los otros evangélicos heterosexuales que entienden que somos su prójimo, y que nos ayudan haciendo lo que pueden para ponerle fin al asalto cristiano a las personas LGBT.
No puedo expresarles la profundidad de mi gratitud.
Pero para mí, voy a tornar mi atención hacia mi propia gente. Voy a tratar de determinar cómo puedo ayudar a los que estamos heridos a movernos del trauma y el dolor y convertirnos en los seres humanos espirituales extraordinarios para los cuales Cristo/Sophia nos creó.
Yo sé que Ella perdona a los cristianos que saben lo que hacen, cuando nos ven heridos al borde del camino y no muestran misericordia. Yo sé que Ella los perdona.
Talvez con la ayuda de Ella, yo también pueda perdonarlos algún día.
Traducido del Inglés por Elcira Villarreal.
© 2015 por Lē Isaac Weaver